jueves, 5 de agosto de 2010

Fotografías de Antonia Cruz

Serie: Catalepsia












Es difícil -si no imposible- sustraer todo aquello que de la tradición subyace en el arte, donde ya no es solo la cita la que interviene la obra, sino la misma obra la que es intervenida para crear un nuevo cuerpo. La obra de Antonia Cruz se hace cargo de esta imposibilidad, y por medio del montaje fotográfico, reelabora el imaginario decimonónico de retratos de mujeres chilenas, fragmentadas, resquebrajadas y disueltas, hasta fundirlas con cuerpos sintéticos y cadavéricos. No hay un deseo de acceder a aquella unidad armónica, el todo se entiende en sus partes, como una suerte de disposición de elementos superpuestos en permanente descalce. El significado emana de aquella dislocación, una leve distorsión que resemantiza los cuerpos citados.
El retrato no es aquí más que fragmentos de un otro irreconstruible, una alteridad con tintes siniestros que nos inquieta en su onírica pasividad. La adición fragmentaria deviene una representación simbólica del cuerpo, creando un juego entre lo que se oculta y lo que se revela, una dualidad casi transparente en el ejercicio en que la fotografía deja de ser referencial para transformarse en una masa corporal, carne fresca, rostro ineludible de una historia latente.
Antonia Cruz nos enfrenta a la transgresión, al límite entre el desagrado y la pulcritud, naturaleza y técnica deforman y conforman el cuerpo hasta que éste pierde su individualidad, se trasviste y sobreviste en el gesto del montaje, como multiplicidad de superficies, transparencias y opacidades. La obra revisa las convenciones de la historia del arte como cuerpo inerte resquebrajado e invadido por el tiempo, la historia como cuerpo en el que se imprimen fragmentos de rostros olvidados. Texto de Constanza Robles S.

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