Rastros. La despedida aún conserva ―sin personas― sus vestigios humanos. Camas humanas, es decir, manchadas, sábanas solitarias, acostadas aún, a veces en posición fetal, tristes o nostálgicas: el mundo como lo que es, un papel arrugado. Inmiscuirnos, ser parte de la escena: ver, oler, oír las telas y palpar el sudor en las paredes, sin alterar el sitio del susexo. Control remoto que parece, de hecho, un dato remoto, prehistórico o futurista, anacrónico en suma, no algo, sino un ser de otra dimensión, abandonado en medio de un desierto extrañísimo: escena de sci-fi, capturada por el ojo de un androide invisible. Nos vigilan, te vigilo, vigilamos, pero a través de los rastros: ¿qué es la fotografía sino el intento de fijar un rastro que, cesado el “clic”, ha dejado de existir? Y deviene otra cosa, otra luz, otra oscuridad, otro silencio, otra voz. Apablaza sabe mirar y, al mismo tiempo, nos obliga a ver. Rastros que ondean, que parecen agua o arena, y que como tales se evadirán entre los dedos; para esto una imagen merece existir: para saber que la eternidad no existe. Texto K. Ramone
(escritor)
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